- Un solitario gol de Carlos Vicente manda fuera al Sevilla FC.
- Choque de realidad -otro más- para una plantilla limitadísima.
Abonados a que sólo pase el tiempo
Nada nuevo en este Sevilla FC, ni en Copa del Rey. Nada sorprende. Cuando los equipos son limitados, evitar cualquier tipo de desorden o caos es el gran objetivo en cada partido. Esto le ha acabado costando puntos (demasiados) en liga al equipo de Matías Almeyda, que salió con ese plan entre ceja y ceja a Mendizorroza.
Y aunque el Alavés comenzó más intenso, lo logró. Seguramente sea todo lo contrario a lo que se denomina ‘espectáculo’ e, incluso, a la idea de su propio entrenador, un enamorado del fútbol dinámico, rápido y del ‘ida y vuelta’. Pero competir pasa por mirarse al espejo y ser consciente de tus fallos. El Sevilla lo hizo y se abonó al ‘que no pase nada’. Tan sólo los minutos.
Y, de esa forma, de no ser por una acción -otra más- de pecho helado de Djibril Sow, se podría haber ido incluso por delante en el marcador al descanso. Pero no fue así. Con un centro del campo rendido a la ‘fortaleza imperial’ del Deportivo Alavés y una nueva muestra más de que todo lo que una el deporte ‘fútbol’ y la palabra ‘ritmo’ parece irle en contra a los nervionenses.
Ocurrió lo inevitable para este Sevilla FC
A otra cosa. A otra cosa totalmente distinta se jugó en la segunda mitad. Y eso que el Deportivo Alavés no hizo demasiado, pero se encontró a un Sevilla FC que entregó la cuchara. Incapaz de dar tres pases seguidos para generar peligro, abonado a alguna individualidad de un canterano que no llega a la decena de partidos en el primer equipo (no es culpa de Oso, al revés) y a rezar para que su rival no quiera querer.
No fue así. Los de Coudet ganaron metros, siguieron sometiendo a un centro del campo capitaneado por un Joan Jordán fuera de ritmo -al menos tiene calidad- y un Manu Bueno totalmente desaparecido. Era cuestión de tiempo. Tiempo de que llegara un error -Carmona compró varios décimos- que el Alavés no desperdiciase. Y fue de Castrín, un central que ha estado rindiendo muchísimo mejor de lo que se podía esperar y se ha ganado justamente un hueco. Pero el fallo en un penalti torpe lo acabó señalando.
Desde los once metros no perdonó Carlos Vicente. 1-0. Y dejen de contar. Y de mirar. Porque este Sevilla FC es incapaz de remontar un partido, de proponer e imponer su juego -aunque por inercia tuvo algún acercamiento en los minutos finales-. Va a la deriva de su rival. Siempre. Es la nueva realidad en Nervión. Y hay que asimilarla con la misma resignación que se ha marchado de esta Copa del Rey. Impotente. Final.
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